27/05/2024
Es viñamarino, cuarto de cinco hermanos y arquitecto de profesión. Dentro de sus pasatiempos favoritos está andar en bicicleta, tomar fotografías y pintar.
Si bien ingresó a la Clínica en marzo de este año, ya había estado acompañándonos durante los veranos del 2020, 2021 y 2022. En esta entrevista, revela cómo han sido estos meses para él, su trayectoria, desafíos, y un poco sobre su niñez y juventud.
¿Dónde nació y cómo está compuesta su familia?
Nací en Viña del Mar en 1961. Mi padre murió de cáncer a los 49 años. Mi madre, por su parte, tiene 94 y está paralítica hace 14. Ella es y ha sido muy buena con nosotros, la admiro muchísimo. Somos cinco hermanos (tres mujeres y dos hombres), 14 sobrinos y 12 sobrinos nietos.
¿Qué es lo que más le gusta hacer en su tiempo libre?
Me gusta mucho estar con mi familia y amigos. Me encanta también salir a andar en bicicleta, pintar y sacar fotos.
Es arquitecto, ¿cómo fue su paso por la Universidad?
Mi papá era arquitecto –muy talentoso, hay que decirlo– y en segundo medio decidí seguir sus pasos. Entré a la Escuela de Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Fueron seis años intensos y muy entretenidos. Tengo los mejores recuerdos, tanto de los profesores como de compañeros de la Facultad.
¿Y se dedicó a la arquitectura?
Efectivamente. Una vez recibido, me lancé al mundo profesional como pude. No era una época de prosperidad económica, pero ya se notaba el repunte tras la crisis del 82. Tuve la suerte de trabajar dos años en la oficina de José Domingo Peñafiel y Raimundo Lira, donde aprendí muchísimo. Luego, con Guillermo Rosende y Osvaldo Fuenzalida, todos reconocidos arquitectos. En total, fueron ocho años de experiencia profesional.
¿Cómo fue su camino al sacerdocio?
Descubrí la llamada de Dios cuando tenía 23 años y desde entonces, mantuve una dedicación total, sin dejar de lado el trabajo en el que ya estaba inserto. Dios me regaló el don maravilloso del celibato apostólico y el sentido de este don es tener el corazón totalmente disponible para el Señor y así dar vida espiritual a los demás. Es un regalo muy grande que me ha hecho profundamente feliz a lo largo de mi vida.
Pasados los años, me planteé la posibilidad de servir al Señor como sacerdote y entonces, el año 1993, me fui a vivir a Roma durante cuatro maravillosos años para realizar los estudios correspondientes. En septiembre de 1997, me ordenó sacerdote Monseñor Javier Echevarría -entonces Prelado del Opus Dei-. Él, a su vez, fue consagrado obispo por San Juan Pablo II, lo que considero lógicamente una bendición de Dios.
¿Cuál ha sido su trayectoria como sacerdote?
He trabajado 25 años en colegios relacionados con el Opus Dei: Colegio Pinares, en Concepción; colegios Cordillera, Huelén y Los Andes, en Santiago, y Colegio Albamar, en Concón. Fuera de esto, he desarrollado mi labor pastoral con gente de toda edad, trabajo y realidades.
Llegó a la Clínica en marzo de este año, ¿cómo ha sido para usted esta nueva etapa?
Está siendo una experiencia maravillosa. Cada día es una aventura. Interactuar con pacientes y trabajadores de la Clínica es muy gratificante para mí. Se nota el buen ambiente laboral. Me llama la atención, por ejemplo, que en el Casino todo el mundo converse animadamente, lo típico sería que la mayoría estuviera enchufado a su celular y no es así, lo que refleja la buena relación que hay entre nosotros. Me gusta dejarme caer en cualquier mesa y así los voy conociendo, aprendo a distinguir uniformes, áreas de trabajo, funciones, etc.
¿Cuál considera que es su principal desafío en la Clínica?
Ser –con la gracia de Dios– un buen instrumento del Señor para llevar ánimo, consuelo y esperanza. Estoy disponible para conversar con los pacientes y ayudarles en todo lo que pueda. Lógicamente también con los trabajadores de la Clínica, diría que es tan importante esta tarea, como la primera.
¿Cómo motiva y busca acercarse a los trabajadores?
Trato de caminar sin apuro, saludar a todos y sonreír. Me gusta conversar un poco en las estaciones donde están las enfermeras, médicos y TENS. Saber cómo están y si este ha sido un día difícil o no. En fin, cosas muy sencillas pero significativas. Poco a poco me voy aprendiendo nombres y el tiempo que llevan trabajando aquí. Espero que, con el paso de los meses, sea capaz de saludar a todos por su nombre. El problema es que tengo mala memoria.
¿Quisiera compartir algún mensaje con los trabajadores de la Clínica en esta celebración de los 10 años?
Les diría que el buen ambiente laboral lo conseguimos entre todos y, por lo mismo, si queremos mantener una gran calidad en la atención al paciente y su familia, lo primero será esforzarnos cada día en ser muy acogedores y apañadores con aquellos con los que nos relacionamos de forma más directa.